Madrid 26/04/2008- 29/08/2008
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Faltaban pocas horas para que viniera a recogerlo su nuevo papá adoptivo, Julio, que viajaba desde Béjar a Madrid ilusionado. Tanto, que me llamó a media mañana para proponerme recoger a Monty unas horas antes. Pero yo tenía que dar una clase cerca de casa, así que le pedí que esperase hasta las 2:30 de la tarde, como habíamos quedado en un principio. Desayuné, con Monty y Merivel robándome trocitos de magdalena y tratando de beberse mi té con leche, como siempre. Y a las 12 del mediodía salí de casa para trabajar un poco con mi alumno, que vivía cerca de casa. Un soleado día de finales de agosto, con una agradable temperatura, podía disfrutar del paseo junto al río, mientras pensaba en Monty, que pronto se marcharía, feliz por haberle encontrado una estupenda casa donde iba a ser el rey absoluto. Apenas dos horas después ya estaba de vuelta en casa, repasando mentalmente todo lo que tenía que preparar para la marcha de mi pequeño. Cuando abrí la puerta, sentí algo extraño, un silencio desconocido en la casa, y lo primero que vi fue una carita congelada en un gesto de estupor, inmóvil, en un extraño escorzo bajo los travesaños de la mesita del comedor. Corrí hacia mi pequeño, doliéndome el corazón de tan rápido como me latía, sin cesar de repetir "¡No, no, no,no... no es posible!". Era Monty... A Monty le gustaba girar sobre sí mismo tratando de morder su larguísima cola, se pasaba el día corriendo y persiguiendo objetos reales o invisibles, era un gatito lleno de vida, robusto, muy juguetón, pero obediente. Aquélla mañana, al poco de irme, aburrido, debió empeñarse en pelear con la pequeña alfombrilla que había a los pies del fregadero de la cocina; empezó a sacar los hilos con las finas agujas de sus uñas, saltó, corrió, enredó su fina cabeza en la maraña, y después salió corriendo hasta el salón, asustado, donde trató de zafarse saltando sobre los travesaños de la mesa... y así perdió la vida, jugando, inocente y sorprendido. Por culpa de una estúpida alfombra barata, porque yo quise dar una clase ese día, porque mi hija también había salido cuando casi siempre solía estar en casa a esas horas. Precisamente el día que venían a llevárselo, apenas pocas horas antes. Precisamente ese día. Todo parecía haber sido cuidadosamente preparado por el Destino para robar la vida de Monty, un gatito sano, feliz y cariñoso que merecía haber tenido una larga y dichosa vida... pero no la tuvo. Siempre me sentiré culpable por no haber dejado que Julio lo recogiese antes, y por haber comprado esa horrible alfombrilla. Todos los días pienso un poco en ti, Monty, es imposible olvidarte. Quizá, de alguna forma, tu espíritu siga jugando y corriendo en el salón, esperándome...
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