ALTIVA DE AL-GHARB
(20/11/98 - 11/05/99)
CARTA A LA REINA MAB
Señora de las Hadas:
sólo en vuestro poder puede hallarse
su blanco y delicado cuerpo,
todo algodón, apenas huesos
y el azul floreciente de sus ojos.
Acudo a Vos, Señora,
porque me fue robado su calor
antes de estrecharlo por última vez
entre mis brazos, y por sorpresa huyó
llevándose su aliento
algún pérfido y envidioso duende.
Sabed, Señora, que era
a veces dulce y a veces orgullosa,
y al caminar diríase
que apenas rozaba el suelo con sus patas
(tan elegante como un corcel de Arabia,
segura de su estirpe y de su gracia).
Yo la enseñé, Señora,
algunos dulces secretos culinarios,
pues gustaba de esconderse en la cocina
sorprendiéndome con su gorjeo de pájaro;
también hemos danzado, Reina, y en mis brazos
se ha mecido al compás de los sonidos
que los dedos de mi Amado desgranaban:
¡qué delicadas notas hemos aprendido,
compuestas sólo para nuestro deleite,
divina y generosa Reina de las Hadas!
A veces se quedaba
perdida en el azul de sus inmensos ojos,
y era como un pedazo
de cielo entre mis dedos...
Señora, bien sabéis,
que ninguna muerte era digna para ella,
pero, ¿por qué razón la habéis privado
de una vida feliz a mi cuidado?
Se fue sin ver radiante ya la primavera
fundiéndose con el estío en los balcones,
no aspiró jamás el perfume de la noche
con la ventana abierta,
ni sintió la sangre arder con los primeros celos,
víctima de un deseo irreprimible;
no engendró vida, ni gozó tampoco
de una tarde de otoño persiguiendo las hojas
crujientes y doradas de los árboles.
Me habéis dejado, Señora,
sólo el recuerdo de sus primeros meses
y un tacto como de seda entre mis dedos,
al evocar aquel estrecho lazo;
¡cuánta crueldad, Señora, en vuestro gesto
robándome aquello que más amo!
¿Y ha de ser siempre la hermosura
un arabesco trágico?
Nacida para morir tan brevemente,
paréntesis de belleza, diminuto universo
de un infinito amor y la esperanza
de ese Otro Mundo donde poder hallarnos...
Señora Mab, Vos, Reina de las Hadas,
debéis obrar en mí el último milagro:
ya que nunca podréis devolverme su vida,
dejadme creer al menos en vuestro Reino mágico,
concededme la Fe en ese Paraíso
surcado por las hadas de alas diminutas,
zumbantes como abejas de esmeralda;
allí nos hallaremos, Señora, y bajo vuestro manto
se encarnarán en sus ojos radiantes las estrellas.
Y mi princesa Altiva habrá partido
para ayudarme a encontrar la Vida Eterna...
(C. Soriano, Mayo 99')