GRISELDA DE MIRAVAL
Nuestra preciosa Griselda por fin ha encontrado un lugar donde ser única, muy lejos de aquí... se montó en el trineo de San Nicolás y les susurró a los renos palabras mágicas. Habita ahora un lugar donde ya no hay sufrimiento, ni angustia, ni miedo, ni soledad.
Griselda nunca fue aceptada en su familia, y tuvo que soportar, con la misma paciencia de la heroína de Boccaccio, injustificadas agresiones por parte de las hembras más dominantes del grupo. A los seis meses, siendo aún una gatita, comenzó a somatizar estos problemas y tuvo el primer brote de dermatitis alopécica bilateral en la cara posterior de los muslos. Desde entonces, recorrimos más de diez clínicas veterinarias tanto en España como en Italia (donde durante un año fue cuidada por Rossella Mantero) y Griselda empezó a recibir dosis de corticoides, un tratamiento con Covinan, una corta temporada con prednisona y antibióticos... y así hasta los últimos dos años, cuando se estabilizó su problema después de ser esterilizada, recibiendo inyecciones de Depo-moderín cada 2-3 meses.
Pero el problema de Griselda seguía siendo la incapacidad de convivir en un grupo felino, y la gatita sufría en silencio el rechazo y la animadversión de la mayoría de las otras hembras. Por eso probamos llevándola a montar a Italia, a Noli, en la Liguria, al (ya extinto) criadero Sultano, pensando que al cambiar de entorno y de "familia" felina, si se quedara preñada, quizá su carácter cambiaría y por fin sería aceptada... Pero no ocurrió así; por el contrario, después del destete de sus gatitos hubo que aislarla y tuvimos que ir a recogerla apresuradamente a Noli.
Griselda, extraordinariamente cariñosa con cualquier humano, parlanchina, dulce, mimosa, dotada de una mágica belleza... vivía bajo presión, sometida a un constante estrés, por causas que no alcanzamos a comprender, algo había en ella que generaba la desconfianza y el malestar en las demás hembras, quienes la atacaban cada vez con más frecuencia.
Tratamos desesperadamente de encontrarle una buena casa, en Madrid, para poder estar cerca de ella y seguir su evolución participando del tratamiento médico, con el requisito indispensable de que allí fuera la única mascota; pero en eso tampoco tuvo suerte nuestra GriGri: sólo preguntaban por ella personas que tenían más gatos, incluso también perros... o cuando venían a visitarla y descubrían su dermatitis, se echaban atrás.
De modo que pasaba el tiempo y la situación empeoraba, a medida que Griselda se iba haciendo mayor, ya no era una hembra fértil, viviendo como una paria cada vez más despreciada en el grupo. Había temporadas de calma, en las que parecía que ¡por fin! se había integrado, pero cualquier día, sin motivo aparente, estallaba una trifulca, Griselda chillaba y empezaban las agresiones... que terminaban con el autoexilio de Griselda en algún rincón perdido de la casa. ¡Y nunca nadie estaba dispuesto a adoptarla!
Después de nuestra última mudanza, Griselda cambió: se la veía relajada y muy feliz en su nueva casa, parecía que los demás se habían olvidado de ella... pero una vez más,a finales de septiembre algo cambió, algo debió de pasar sin que me diera cuenta o cuando yo dormía y no estaba allí para protegerla, y así Griselda volvió a esconderse, esta vez en el baño más grande, dentro de un enorme transportín. Chillaba, enloquecida, si la sacaba de allí. La pobrecita aprovechaba para comer y hacer sus cositas en el arenero cuando sus enemigos dormían, siempre en tensión, con los ojos como platos... Al final tomé la decisión de dejarla cerrada por las noches para que pudiera comer y descansar al menos durante unas horas, sintiéndose segura lejos de sus agresores, reales o imaginarios. Desde finales de septiembre no había tenido brotes de dermatitis, y eso al menos me tranquilizaba, pero su pelo se había vuelto muy graso, deslucido, como nunca había estado. Pensé que era por estar siempre dentro de ese transportín, y lo cerré para que tuviera que tener el pelo más aireado. Pero no mejoraba. En principio, no parecía tener ninguna otra patología, ni vómitos, ni diarreas, ni tos, ni problemas de masticación, ni fiebre; comía y bebía, hacía vida normal, o al menos lo que para Griselda era normal... Pero a finales de noviembre creí notar que bebía demasiado y no comía tanto como antes, no le gustaban los caprichos que le llevaba, pasaba demasiado tiempo durmiendo o adormilada. Así que la llevé al veterinario, quien me dijo que le diera unas latas de dieta y que esperase antes de hacerle alguna analítica. Y así lo hice... Pero Griselda no mejoraba, así que busqué otra clínica donde me aseguraron que podían hacerle una analítica de sangre en ese momento que reveló una alteración hepática [GOT 295,4 elevadísima] y albúmina muy baja [0,12] además de anemia. También le hicieron una radiografía (donde no se apreciaba ninguna anormalidad a simple vista, salvo ascitis y estreñimiento), le inyectaron Seguril (diurético) esperando que eliminase líquidos y le pusieron una vía para que le pudiera administrar yo en casa Catosal (regulador del metabolismo) y fluidoterapia con salino, ya que estaba deshidratada. También tenía que darle Cefacure (antibiótico, aunque no tenía los leucocitos elevados) y alimentarla -incluso a la fuerza- con paté a/d Hill´s diluído en agua, con jeringuilla. Pese a todos mis esfuerzos, Griselda empeoró cada día más y más... no pudo recuperarse. Aunque la tenía completamente aislada en mi dormitorio, donde le daba cuidados intensivos, todavía la sentía en tensión cuando algún otro gato arañaba la puerta, queriendo entrar. Pobrecita Griselda, el miedo la consumió, enfermó su hígado y la envenenó... Ya era demasiado tarde para encontrarle otro hogar, una vida feliz y relajada, aunque fuera lejos mí, que la había visto nacer... ahora tenía que verla morir prematuramente, absurdamente, de un modo doloroso e inevitable. Porque la vida era así, injusta, injusta con todas las criaturas de todas las especies. Me sorprendió, después de haber tenido que asistir a su agonía, el rictus final de su rostro, la expresión de paz, la serena belleza que, como siempre, Griselda irradiaba. Y más tarde alguien lo mencionó, ví una foto de un bellísimo gato blanco con un gorrito rojo, esperando a San Nicolás en un frío país de Europa... y lo supe, por eso había elegido la noche del 6 de diciembre para despedirse: Griselda había encontrado esa casa anhelada y perfecta, volaba ya muy lejos en un veloz trineo arrastrado por renos cuyos cascos dejaban huellas sobre las nubes, cuajadas de esferas de cristal donde a su vez flotaban copos de esa nieve soñada por los corazones de los niños, bolas de cristal donde la nieve cae, infinita, sobre duendes, princesas, casitas encantadas y unicornios... el mágico territorio de la infancia, de los sueños, de la fantasía, el lugar de donde vino Griselda y al que tenía que regresar. Ojalá podamos reencontrarnos, esta vez tú y yo solas, como tú siempre quisiste...
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