LA DELIRANTE HISTORIA DEL JUEZ_RANA
Érase una vez, en un país pequeñito dentro de otro país algo más grande, un niño que quería ser importante, a toda costa. Probó suerte con la Arqueología, pero nadie sabe si realmente acabó la carrera, aunque siempre había chicas que le pasaban los apuntes, porque era buen mozo. Después empezó a trabajar en diferentes empresas, pero es que no tenía buena suerte el pobre: o se ventilaba a la secretaria o se ventilaba la caja. Así que iba de un sitio a otro, y sin conseguir ser importante, que era lo que él más quería... Se casó con una buena chica, algo feúcha (para asegurarse de que no le dejaría plantado por otro) pero funcionaria (con puesto fijo de por vida). Era una rana con estudios, por eso eligió como compañera un ejemplar de ceratophrys ornata, también llamada escuerzo o rana cornuda. Ya se sabe que las ranas siempre necesitan una hoja sobre la que posarse para desde allí saltar. Y así, con el colchón de su rancia esposa, empezó a saltar de rama en rama, probando fortuna... Hasta que un día descubrió que había un campo absolutamente virgen en ese país: el cultivo de gatos. Escogió una raza, la más apropiada: Siameses, pero de pura cepa. Todo el mundo conocía a los gatos Siameses, pero había pocos criadores en su tierra, así que podría destacar. Y se puso manos a la obra... De exposición en exposición, se dio cuenta de que molaba mucho eso de viajar, conocer gente (sobre todo mujeres, hummmm) y además ¡por fin triunfaba! Empezaba a ser conocido. Estaba bien eso de ganar Bests, pero había algo mejor, oh, sí: ¿por qué ser sólo un simple expositor? Él quería ser importante, y lo más importante en una exposición felina era UN JUEZ. Así que empezó a establecer contactos, metió la cabeza en mil sitios, siguió saltando de rama en rama, dándose a conocer... ¡Ay, nuestra ranita saltarina, cómo le gustaba presentarse, gastar bromas, ser amable y simpático con la gente a la que necesitaba para alcanzar su objetivo! Y al fin, lo consiguió. Aparte de los jueces, las personas más importantes en una exposición felina son los organizadores. Y esos, además, manejan el dinero de los expositores. ¡Uy, dinero, eso que tanto necesitaba nuestra ranita..! y que tanto le gustaba gastar, especialmente si era el de los demás. Y era una rana exquisita, no os penséis que vivía de butifarras y pan con tomate, no: a él le gustaba el foie, el buen cava, salmón, menús selectos en buenos restaurantes. Y como a pesar de su vientre panzudo, con sus ojos verdes de rana seguía conquistando muchos corazones femeninos, no se detenía nunca a la hora de darse una buena comilona, sobre todo si pagaban los clubs o los pobres expositores. Y engordó feliz, mientras prosperaba rápidamente y soñaba ya hasta con la Presidencia de la democracia de las ranas o de los gatos, él sólo quería ser importante y demostrarles a todos que no era sólo una rana, en un país pequeñito, dentro de otro país algo más grande... Y os preguntaréis que pasaba mientras con sus preciosos Siameses. Pues bien, el juez_rana tenía un único macho en su criadero, y algunas hembras, conseguidas mediante ciertos trapicheos muy del estilo del juez_rana. Ese macho era un arcángel, dulce, bueno y cariñoso. Cuando empezó a marcar su territorio y ya no tenía premios que ganar, pues los había conseguido casi todos, tan pronto como dejó de serle útil a su dueño, fue castrado y dejó de interesarse por él. Porque no vivían felices en aquella casa, donde pasaban el tiempo confinados en una habitación, con agua, arena y comida; no podían molestar con sus saltos y juegos el delicado sueño del juez_rana. Y de día, siempre mejor tenerlos controlados. Tampoco tenía escrúpulos el juez_rana a la hora de abaratar costes en su criadero. Una hembra murió por ser castrada en la mesa de su cocina por un veterinario amigo suyo, aprovechando la visita y que se lo dejaba gratis; claro, con las prisas olvidó retirarle la comida la noche antes y la pobrecita se asfixió a causa de la anestesia. Las otras gatitas corrieron diferente suerte, pero murieron también porque el programa de cría del juez implicaba un indiscriminado reparto de hembras fértiles por diferentes criaderos, sin antes asegurarse de las condiciones higiénicas de los mismos. Al final, el PIF, la temible enfermedad, atravesó las puertas de la casa-criadero del juez_rana y exterminó a todos los animales excepto al arcángel... a quien le aguardaba aún peor destino. Pues cuando enfermó, ya viejo, su amo no se molestó en cuidarle ni atenderle solícitamente, sino que le puso una inyección letal para acabar rápidamente con su vida. La verdad era que le venía muy bien ocupar la habitación del gato, por algunas razones que comprenderéis más adelante... A todo esto, nuestro juez seguía prosperando, ciego por sus laureles, pisando cabezas y reventando cuentas, hasta que le pillaron en algún desliz: perdió el club territorial que había esquilmado y poco después llevó a la bancarrota la empresa en la que trabajaba por entonces, a la que se había encaramado engatusando a la hija del propietario de la misma (porque el juez siempre había sabido diferenciar entre la esposa, como colchoneta económica y seguro a todo riesgo, y los placeres de la carne, así que siempre tenía alguna amante con quien disfrutar de la vida). Y encima, después de ser declarado culpable y obligado a devolver el producto de su hurto, se enfadó con su chica por no apoyarle y defender, antes que los de su ranita, los intereses de su padre. Menos mal que su funcionaria_rana siempre necesitaba de su trabajo como canguro, porque una mujer así también tiene mucha vida, así que se apañaron buenamente: ella trabajaba y él raneaba de exposición en exposición; y cuando no juzgaba, se ocupaba de la casa y de la criatura común. Y no se planteaba nada más que seguir poder croando y gritarle su desprecio venenoso a sus numerosos y crecientes enemigos. Al fin y al cabo, mientras fuese juez, algunos siempre le temerían y tratarían de adularle para conseguir algunos trofeos y prebendas. Por el camino, se encontró con una iguana que llevaba tiempo tirándole los tejos, y como estaba sin blanca, se dijo : "¿Por qué no? Yo soy un profesional y no puedo hacerle ascos a una iguana, aunque esté tan arrugada y marchita como esta. Será una aliada, ahora la necesito". Y así, juntos emprendieron algunas correrías, compartiendo gastos y cama durante un par de años. Pero la iguana era lista y vieja, y en cuanto se percató de que las apetencias del juez_rana eran más por su bolsillo que por su entrepierna, empezó a marcar las distancias y a buscarse otros compañeros más jóvenes y ardientes. Así estaban las cosas, cuando el juez_rana se dió cuenta de que había alguien que le veía como un príncipe, y aquello, vaya, era una novedad muy agradable: ¡ser un príncipe y dejar de ser la rana que siempre había sido! Oculto bajo ricos oropeles de gran señor, cubierto de mentiras y derrochando amabilidad y gentileza, el juez_rana sedujo a una nueva víctima: la más estúpida, la más ingenua y bobalicona. Él la llamaba "princesita" y "princesajo", y ella creía haber sido tocada con la varita mágica de un hada, sometida al encantamiento de su bello príncipe protector. El juez_rana la paseaba por su territorio como un nuevo trofeo, mientras se frotaba las manos al pensar cómo podría manipularla, amparándose en su inviolabilidad de juez. La utilizó, primero, de escudo: ella sabía defenderle y recibir los golpes, ella sabía cómo decir las palabras que la ranita cobarde no se atrevía a pronunciar, y sacaba su espada para cortar todas las cabezas que podían amenazar la de su ranita de ojos verdes. Después, comprendió que también había dinero del que aprovecharse, y como sus asuntos iban cada vez peor, lloroso y suplicante iba pidiendo mercedes y exigiendo préstamos, siempre con la excusa de "poder estar juntos". Y ella le seguía, atravesando países y carreteras, saltando de avión en avión y empeñando hasta el último céntimo de su miserable pecunio, todo para poder estar a su lado, siempre a su lado... Porque ella no veía una rana, ella no veía un juez: ella sólo veía a su príncipe, a su redentor, creyéndole humano y sensible, afectuoso y sincero en cada abrazo y en cada beso.
!Ay, queridos amigos, niños y mayores que me estáis leyendo! No era el único Príncipe Rana de aquel país grande. La princesajo enamorada empezó a ser acosada por su antiguo galán, un buen mozo que pensó que si aquel sapo ventrudo podía parecer un príncipe, él, tan hermoso como era, debería parecerle un Rey. Sedujo con falsos encantamientos a la muchacha, le habló de las fechorías del juez_rana, quitándole groseramente la careta, habló y habló con voz acariciadora, recordándole a la joven sus amores eternos y sus románticas veladas... "No le creas, está casado, nunca dejará su vida, sólo te utiliza para llegar adonde no puede llegar él solo, eres sólo un juego para él, esa garrapata va a robarte todo, te va a dejar sin blanca y después te abandonará"... Y la princesajo lloraba, porque amaba con todo su corazón al juez_rana, aunque se daba cuenta de que había mucha verdad en las palabras de su amigo. Desesperada, se dejó caer en sus brazos evocando los recuerdos de aquel gran amor pasado, y trató de olvidar a quien tanto quería pero de tal forma la humillaba... No tardó mucho el juez_rana en comprender que estaba perdiendo posiciones en el corazón de su princesita, así que, osado como era, jugó su carta más poderosa y se presentó ante ella para jurarle que había decidido vivir a su lado, dejarlo todo, costumbres, comodidades, familia y hasta su país pequeñito dentro de otro más grande... a todo podía renunciar salvo a su amor por ella, inquebrantable, inmenso, todopoderoso. Y, ¿sabéis? la tonta princesajo le creyó, dejó a su galán plantado, y preparó su pequeña morada para recibir al juez_rana como esposo. Ah, sí, no os engañéis pues él dejó a su esposa rana para vivir con ella, pero mediante pactos sólo por las ranas conocidos. Legó sus escasas posesiones a la despechada esposa y partió hacia sus nuevos territorios a grandes saltos y desnudo de equipaje, y así se presentó ante su amada: "Recíbeme, querida, tal como soy, pues es todo lo que tengo. Vengo a ti sin riquezas, cual libro en blanco, para que escribas en mí tus designios"... Y ella sintió que el universo entero entonaba "The sound of music", ya escuchaba la voz de Julie Andrews y veía idílicos paisajes tiroleses, ¡oh, su príncipe!... Bien, pues si ya era un príncipe, entonces ¿para qué necesitaba seguir siendo el juez_rana? Le rogó que dejase sus viajes y sus ambiciosos proyectos, que trabajaran juntos para poder ganarse el pan que comerían, pues a ella apenas le quedaba ya dinero, después de tantos viajes en pos de su amor... Él fingió aceptar, pero, secretamente, trataba de convencerla de lo importante que era su carrera como juez, urdiendo mil estratagemas para conseguir que le entregase algún dinero con el que poder seguir con su vida caprichosa, dando saltos de un lugar a otro, raneando y juzgando como un dios. Pero ella se negó, pues, ¿para qué ir ya a ningún sitio si estaban al fin juntos y felices en aquella pequeña casita de papel? Poco tiempo soportó el juez_rana la vida hogareña. Empezó a croar tan alto tan alto, que su llamada llegó hasta su repudiada esposa, quien realmente necesitaba de la ayuda de su rana para poder volver a gozar de la libertad perdida. Harta de sentirse esclavizada cuidando de la hija común, harta de no tener con quién discutir en casa y harta, en fin, de aquella vida impuesta y no elegida, aceptó de buen grado el regreso del juez_rana, y a cambio de su apoyo logístico le ofreció seguir llevando ella sola la carga económica del nido. ¡Oh, santa institución del matrimonio que unes los intereses y no los corazones! Aquella unión, ¡oh, sí! era indisoluble, basada en una mutua necesidad feroz. Sola quedó la pobre princesita, a ratos consolada por su rendido galán, a ratos se perdía recordando aquellos sueños que parecían tan reales, cuando miraba a los ojos desnudos de su rana y no podía ver sino al más adorable príncipe de todo el mundo mundial... Ya no podía ver sino a la rana, más bien un sapo viscoso capaz de cazar con su lengua de matasuegras a todo bicho viviente que se le acercara, dando sablazos a golpe de lágrima y acusándola de bruja malvada, de harpía venenosa, de infame y de espantosa gorgona de mil cabezas. Y empezó a odiarle, primero secretamente, y después de forma pública, pues, ya que la acusaba de ponzoñosa sin motivo, al menos ahora tendría razones al atacarla. Y fue tan implacable en su rencor como ardiente había sido en su amor por él... Abismos inmensos del corazón de la mujer, donde se albergan amor y odio, hielo y fuego, esperanza y desvarío de los sentidos. Pasados unos meses, volvió la rana a requerir de amores a la vilipendiada princesajo, pues no le salían las cuentas para poder llegar hasta donde pretendía. ¡Oh, nunca imaginaréis cuán sutil, dulce y maquiavélico podía ser el juez_rana para conseguir sus propósitos! Él le perdonaba todas las malas palabras y las difamaciones, pues su honradez era de sobra conocida y (según él afirmaba) todos habían pensado únicamente en el despecho, nadie la había creído, pero sin embargo él, ¡oh, magnánimo y verde corazón: él la seguía amando igual! La princesita solitaria le habló con lágrimas, diciendo: "Bien veo que no sóis príncipe, sino rana vulgar... pero aún así, es mi desdicha amaros bajo cualquier forma, humana o animal. Volved, os lo suplico, aunque sea una noche"... Y así volvió la rana, una y otra vez, a golpe de talonario, hasta ver cumplidas sus expectativas a corto plazo. Pero, ¡oh niños y grandes!, aunque creamos que el amor es infinito e inmenso, eterno e inmutable, la princesita cada vez soportaba menos las altanerías y los desplantes del juez, cariñoso en privado para conseguir sus metas, viscoso y gélido en público para dar a entender que apenas la soportaba por compasión, y que todo era un simple acto de generosidad anfibia. Empezó a despreciarle poco a poco, y el asco y la repugnancia por la vida a la que se veía sometida acabó con su cordura. Decidió, al fin, no volver a verle jamás, pues cuando ella más le necesitaba él siempre decía "No puedo, querida... te encuentras demasiado mal para que nos veamos". Y al fin, con una fingida serenidad, le alejó para siempre de su lado. Probó a volver con su gentilhombre, con el mago a quien antaño tanto había amado de todo corazón, pero el veneno de la rana-juez era más poderoso que cualquier otro hechizo: le había robado incluso aquel amor inmenso de otro tiempo, sus recuerdos, sus esperanzas... así que renunció uno a uno a cuantos pretendientes trataban de cruzar su puerta, obsesionada por el recuerdo de aquel fugaz sueño de sus sentidos. Selló la entrada de su casa, desconfiando de cada palabra dulce que escuchaba. El rencor penetraba en sus venas como la lluvia en las grietas de los troncos resecos, y un frío glacial endureció su alma. Apenas percibía el paso del tiempo observando las transfiguraciones de los árboles del parque. Ya no le importaba nada, víctima del beleño corrosivo de la rana, apenas podía pensar, apenas salía y la vida se iba haciendo cada vez más pequeña a su alrededor. Pero, ¡oh, sí, ya lo imagináis!, el juez_rana sobrevivía a todas sus emociones, obsesionado por alcanzar la superioridad de Juez de todas las Ranas, y aún se burlaba de la antaño princesa, recordando cuán fácil había sido utilizarla. El mundo le esperaba, y él soñaba con ovaciones y vítores de sus súbditos... Y aún así, después de todo lo acaecido, persistiendo en su delirio de grandeza, todavía la llamaba con triste croar, como si alguna vez la hubiese amado realmente, acusándola de injusta y disparatada por no comprender los altísimos designios de su condición de juez y rana, ni su débito conyugal. No hablaba de pagar sus deudas, pero a cambio, le ofrecía bolsitas de té de sabores caprichosos gorroneadas de hotel en hotel, un completo repertorio de carpetas de colores compradas en los "Todo a 100", saldos dispersos de diferentes objetos escondidos por su casa (pues las ranas son compulsivas coleccionistas) y paquetitos de chicles de canela comprados en los aeropuertos. "Eso sí, querida -añadía- cuando quieras desayunar croissants, tú quédate durmiendo que yo te cojo del monedero lo que preciso y te los subo a casa calentitos". ¡Oh, alma generosa, que por error sustraía más de lo debido en un inocente despiste propio de toda rana_juez! No hay desenlace en la historia, grandes y pequeños lectores, no hay moraleja ni hay enseñanza. Sólo quedan una rana que es juez, y nunca sabrá que sólo ha sido una rana; y una pobre imbécil que nunca se sintió princesa, por mucho que así la llamaran. A él le quedan sus sueños y sus fantasías, su colección de caretas y coronas; ojalá ella pudiera engañarse y pensar que no debe de ser tan malo ser sólo una rana...
Y ESTE CUENTO, AUNQUE A VECES LO PAREZCA, NADIE SABE SI HA ACABADO...
|
Escuerzo
o rana cornuda
Nombre científico: Ceratophrys ornata
Ubicación: Argentina y países limítrofes (está permitida solamente la venta de este escuerzo en su variedad albina, ya que es importada).
Tamaño: Las hembras son mayores que los machos llegando a medir 15 y 10 cm. respectivamente.
Características generales: Son anfibios de cuerpo grotesco e imponente, poseen una boca muy grande y proyecciones como cuernos sobre los ojos. En la naturaleza suelen pasar la mayor parte del tiempo enterrados, inmóviles, a la espera de una posible presa.
ESTÁS ESCUCHANDO LA CANCIÓN:
When you´re good to Mamma de la BSO de la película CHICAGO