Disautonomía felina

(Síndrome de Key-Gaskell)

 

 

¿QUÉ ES LA DISAUTONOMÍA FELINA?

 

La disautonomía felina es una enfermedad degenerativa del Sistema Nervioso Autónomo (SNA) de etiología desconocida, descrita por primera vez en el año 1982 por Key y Gaskell. El cuadro clínico está dominado por síntomas oculares y digestivos. La aparición de algunos característicos signos clínicos posibilita un diagnóstico, aunque la confirmación de la enfermedad se basa sólo en el examen histológico de los ganglios del SNA. Las lesiones histológicas se caracterizan principalmente por una degeneración de las neuronas. La terapia es puramente sintomática y basada sobre todo en fármacos parasimpaticomiméticos.

La Disautonomía felina o Síndrome de Key-Gaskell es una enfermedad degenerativa, no contagiosa, del Sistema Nervioso Autónomo (SNA) (Symonds y col., 1995) que, debido a la midriasis, uno de sus signos clínicos más característicos, se define como “Síndrome de la pupila dilatada”; y al interesar los ganglios del SNA, la misma nosología se conoce también como Poligangliopatía (Lotti y col., 1993).

En patología comparada la disautonomía felina tiene analogías de tipo patogenético con otras afecciones del SNA, entre las cuales se encuentran la “Enfermedad de Riley-Day” del hombre (enfermedad rara, hereditaria, frecuentemente asociada a insensibilidad congénita al dolor con resultado fatal dentro del cuarto año de vida) (Stoelting y col., 1998), la “Grass Sickness” o “Enfermedad por hierba” del caballo (Greig, 1982; Fruganti y col. 1998; Wood y col., 1998), una forma de disautonomía de las liebres (Griffiths y col., 1993) y un síndrome neurológico del perro, clínicamente similar a la disautonomía felina, descrita en 1986 por Pollin y Sullivan (“Wise y Lappin, 1991: Schulze y col., 1997).

La enfermedad ha sido definida la primera vez en febrero de 1982 por dos autores ingleses (Key y Gaskell, 1982) quienes observaron, en 5 gatos, un particular síndrome morboso consecuencia de un desorden del SNA, caracterizado por manifestaciones clínicas como midriasis, pupilas no reactivas a la luz, prolapso del tercer párpado, bradicardia, sequedad de las mucosas aparentes (lágrimas, saliva), constipación y regurgitación (asociado a megaesófago).  Las iniciales y repetidas referencias en el Reino Unido (Guerreschi, 1993; Pennisi, 1998; Wright y col. 1983) encontraron eco sucesivo en varios países europeos y extraeuropeos (Roze y Etienne, 1991: Regnier y col., 1987). En Italia la primera descripción surge en el 1985, por obra de Tassi y Bertaila.

 

CAUSAS

 

Hasta hoy se desconoce la etiología de la disautonomía felina y las diferentes hipótesis formuladas, como la tóxica por insecticidas, (Bedforde, 1982) o micotoxinas (Wolter, 1997), infecciosa (Sharp, 1987; Morgan y Tylor, 1989), autoinmune (Sharp, 1987) y alimentaria (Gaskell y Rochlitz, 1982), hasta el momento no han sido confirmados ni por las investigaciones epidemiológicas ni en los estudios de tipo clínico-patogenético (Guerreschi, 1993).

De carácter esporádico con elevada morbilidad y mortalidad, la enfermedad puede afectar tanto a gatos de campo como de ciudad tanto vivan en casa como en semi- libertad; aunque sin asumir un carácter de verdad absoluta, en la literatura se hace referencia a una mayor incidencia en los gatos mestizos, de pelo corto, machos (Nasch, 1987) y de edad inferior a tres años (Gaskell y Rochlitz, 1982).

 

SINTOMATOLOGÍA

 

La enfermedad tiene un curso predominantemente agudo, los síntomas aparecen dentro de las doce horas, se hace referencia también a formas de marcha subaguda, con una gradual aparición de la sintomatología en una semana (Lotti y col. 1993).

Peculiaridades sintomatológicas son la regurgitación, la constipación alternada con diarrea y la triada ocular representada por procidencia bilateral del tercer párpado, hipolacrimación y midriasis bilateral (frecuentemente sustituida por anisocoria); en muchos casos los gatos durante el sueño adoptan una actitud particular con la cabeza apoyada en el suelo entre las extremidades anteriores. Conjuntivas secas, lesiones de la retina (Kock, 1982), disnea, bradicardia (Pennisi u Catarsini, 1988), paresia y perdida del reflejo anal son síntomas clínicas propios de un estadio final de la enfermedad. Una pulmonía ab ingestis, secundaria a megaesófago, puede conducir también a frecuentes y graves complicaciones.

 

DIAGNÓSTICO

 

La peculiaridad del cuadro clínico (coexistencia de síntomas digestivos y oculares) permite fundamentar el diagnóstico sospechado, que puede encontrar apoyo en algunas investigaciones colaterales.

Investigaciones como el test de Schirmer [1], que permite confirmar un defecto de secreción lacrimal, o el examen radiográfico simple o por medio de contraste con bario, que permite la visualización del megaesófago, avalan la hipótesis diagnosticada. Sin embargo, la ayuda de los exámenes hemato-bioquímicos es escasa (por lo general, son analíticas prácticamente normales), mediante los cuales se puede evidenciar algunas veces sólo un ligero aumento del número de los cuerpos de Heinz (Lotti y col., 1993; Sharp y col., 1984), y probables resultados de fenómenos de autointoxicaciones intestinales (Griffiths y col., 1984). La hipótesis de que, de algún modo, la hormona aldosterona pueda asumir un relevante significado diagnóstico (Nasch, 1987) no esta, por el momento, confirmada (Pennisi y Catarsini, 1988).

El único diagnóstico fiable es el post-mortem, analizando el ganglio coeliacomesenterico:

 

SUPERVIVENCIA

 

La esperanza de vida máxima ha sido valorada por Pennisi (1988) alrededor de 18-24 meses, mientras que el porcentaje de supervivencia, según Nash (1987), está en torno al 25%.

 

TRATAMIENTO

 

La ausencia de una etiología acertada no permite un tratamiento específico, sino un tratamiento con el que solo se alcanza un bajo porcentaje de supervivencia con una recuperación sintomatológica parcial; suelen persistir el estreñimiento, la disfagia y la midriasis...

Corregir la deshidratación y la disminución ponderal, y además la reducción del déficit neurovegetativo y sus consecuencias, son los objetivos de la terapia (Régnier y col. 1987). REHIDRATACIÓN Y FLUIDOTERAPIA INTRAVENOSA.

El suministro endovenoso de soluciones poliiónicas permite reducir la deshidratación. El adelgazamiento, la eventual dilatación esofágea y la disminución gastro-intestinal pueden ser corregidas con un suministro energético parenteral o enteral con sondas rino-faringo-gástricas.

La utilización de una o dos gotas/día de un parasimpaticomimético, como la pilocarpina al 1% o la fisostigmina al 0,5% (Lotti ycol., 1993), favorece la restauración de la secreción salivar y de la lacrimación; se asocian un efecto miótico y la corrección de la posición del tercer párpado. Frecuentemente estos productos pueden estimular también la motilidad gastro-intestinal.

El vaciamiento gástrico puede ser estimulado mediante la suministración de metoclopramida cada 8 horas (0,3 mg/Kg).

La constipación y la retención urinaria se pueden tratar con clorhidrato de betanecol (0,125-0,25 mg/SID), que puede estimular un aumento de las secreciones salivares y nasales.

Medidas complementarias de una cierta importancia son la terapia corticosteroidea, para estimular el apetito (Sharp y col., 1984) y la antibióticoterapia, para prevenir complicaciones respiratorias infecciosas.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

http://www.aamefe.org/disaut_felina.htm

http://www.valevets.co.uk/dysautonomia/ 

 

 

Robin,  el gatito que no podía llorar


Robin, finales de octubre 2006

Robin siempre había sido un gatito saludable, juguetón y muy cariñoso. Desde la primera vez que lo tuve en mis manos, tan diminuto, me había recordado a Juan Ramón Jiménez al describir a su inmortal Platero: "pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos...". Sí, así era nuestro Robin, todo de algodón, pero de algodón dulce y aterciopelado, de ternura y delicadeza.


Robin, 11 junio 2005: 1 día de vida

Nunca fue un gatito travieso. Ahora me da por pensar que, tal vez con esa sabiduría que sólo tienen los gatos, conocía la exacta medida de su tiempo, y por eso no quería correr el riesgo de acortar aún más su vida corriendo inútiles riesgos. A Robin lo que más le gustaba eran los mimos, ningún otro gatito se relajaba tanto cuando sentía el contacto humano; Robin era como un muñeco, un simpático peluche animado que lo miraba todo con sus enormes ojos de color miel.


Robin, con 1 mes de vida

Algunas veces se quedaba mirando al infinito, muy arriba, como si perteneciese a algún reino lejano e inalcanzable, allá en los cielos. Los sueños de Robin siempre eran de color de nube, aunque soñase dentro de su arenero...


Robin, 10 semanas de vida

Nunca estuvo enfermo en su infancia, jamás una diarrea, ni vómitos o regurgitaciones, sus ojos siempre limpios, brillantes, la trufa húmeda y sonrosada...  Sí, así era Robin, antes de Diciembre de 2005.

Robin, agosto 05
2 meses

Robin con su inseparable Byron,
octubre 05

Por desgracia, un inesperado incidente nos obligó a abandonar nuestra casa a finales de octubre del 2005. Aunque procuramos que los gatos no se vieran demasiado afectados, para Robin resultó el desencadenante o incluso tal vez la causa, de su enfermedad.

Durante el mes de noviembre, empezó a mostrarse temeroso, asustadizo, muy alterado. Si venía alguien a casa o había algún movimiento extraño, solía esconderse rápidamente en rincones casi inaccesibles, donde nos costaba mucho trabajo encontrarle. A veces rehuía el juego con sus hermanos; al principio pensamos que echaba de menos a Byron, su inseparable, que se había ido ya a Tenerife con sus nuevos papás humanos, pero había algo raro en esa forma que tenía de evitar cualquier salto o movimiento brusco, como si temiera herirse. Pensé que era todo psicológico, porque Robin era el más sensible de todos, y había acusado tanto nuestra mudanza... Comía y no parecía haber adelgazado. No quise obsesionarme.

A finales de Noviembre, entró en una fase de hipersomnia, empezó a quedarse la mayor parte del tiempo dormitando en su sillón favorito. El día 5 de diciembre, intranquila,  lo llevé al veterinario: había descubierto una especie de nube en la retina de su ojo izquierdo, y en la última semana  experimentaba hipotermia, tenía las mucosas pálidas y secas, le rechinaban los dientes al masticar, padecía un severo estreñimiento y a veces parecía como si tuviese temblores, de forma apenas perceptible, como escalofríos. El veterinario no le dio importancia a ninguno de los síntomas que a mí más me habían alertado, le pareció que tenía un buen aspecto en general (a pesar de mi insistencia en la pérdida de peso: ahora apenas 1, 800 con 6 meses). Le examinó y me dijo que tenía gingivitis, que esa era la causa de todo, sugiriéndome que extremara su higiene bucal y le alimentara con comida húmeda (Hill´s a/d preferentemente).  Y así lo hice... pero Robin no mejoraba. En realidad, mi pobre niño cada vez estaba peor.

Robin,
3 diciembre 2005

Durante la Navidad de 2005, Robin parecía haberse estabilizado: le costaba mucho trabajo comer,  a causa de sus problemas para masticar, pero iba comiendo el pienso y las latas que yo le iba sirviendo en la cocina, para él solo. Le llamaba, "¡Robin!" y mi pequeño saltaba de 'su' sofá y corría a mi lado moviendo su larga cola, y se frotaba con mis piernas, con movimientos de bailarín elegante. Pero la nube de su ojos no desaparecía, era como un extraño fluído blanco ensombreciendo su pupila, ahora incapaz de reaccionar a la luz y exageradamente dilatada. Robin padecía fotofobia y eso le obligaba a tener los ojillos entrecerrados durante las horas de sol, no le gustaban los días, siempre estaba más activo durante la noche. Pero seguía siendo un gatito autónomo, que comía, bebía y usaba su arenero sin problema. Sin embargo, en el grupo empezaban a rechazarle de forma violenta, y más de una vez tuve que protegerle de los gatos mayores, a los que molestaba especialmente su presencia. Sólo Anthony cuidaba de él, dándole calor y lavándole, ahora que él ya descuidaba tanto su higiene... la enorme lengua de nuestro Antoñete se empeñaba en trazar nuevos colores en la triste figura del frágil Robin, que se abrazaba a la gran nube blanca de ese cuerpo querido, como un naúfrago se aferra a cuanto flota en el océano. La mayor parte del tiempo, Robin dormía, dormía y soñaba... aunque no puedo saber cuáles eran sus sueños.

Decidí hacerle algunas pruebas; mi veterinario me recomendó empezar por un análisis de sangre, al que seguirían radiografías y ecografías, cuando tuviera una idea de la posible afección... Robin sentía tanto miedo cada vez que le sacaba de casa, temblaba y me miraba sin comprender qué le pasaba, dónde le llevaba, para qué... Le tranquilizaba diciéndole que pronto sabríamos lo que había que hacer, y estaría curado, jugando y saltando con sus hermanos, que todo se iba a arreglar, le decía, mientras le acariciaba la frente y el mentón con las yemas de mis dedos. Y él me miraba de una forma que jamás podré olvidar, ronroneando muy fuerte, como si fuera él quien tratase de reconfortarme también a mí, con sus ojos sin lágrimas... Recuerdo su última lágrima, sí, era todavía Navidad y le había llevado su lata favorita; le subí a la encimera de la cocina, donde a él le gustaba comer, en su platito, mientras yo le acariciaba, y entonces la ví: inclinó la cabeza como un potrillo, y antes de empezar a comer, una enorme lágrima brotó de sus ojos, resbaló por su diminuta nariz y cayó sobre su pata... y después me miró, como siempre, sin comprender pero sabiendo mucho más que yo misma... y empezó a masticar, con ese sonido doloroso de sus mandíbulas, pero con tanto apetito, luchando, tragando, tragando el alimento que yo siempre le daba, mientras se despedía de su última lágrima...

Yo esperaba los resultados de los análisis, angustiada, deseándolos y temiéndolos al tiempo. Si se trataba de una infección, un par de inyecciones y volvería a ser mi Robin de siempre, soñador y poético duendecillo lleno de vida, sí, muy pronto tendríamos la solución... Pero los resultados no llegaban. Llamé al veterinario, le volví a llamar, así durante tres semanas, tal vez cuatro, casi un mes, al final recibió el resultado pero me dijo que no encontraba nada extraño, que todos los niveles estaban bien, si acaso la glucosa un poquitín alta, pero vamos, todo dentro de los parámetros normales. "¿Y cómo sigue el gatito?" me preguntó... "Igual, sigue igual, pero perdiendo peso, y esos ojos con la pupila desigual, y la nube en uno de ellos... ¿Qué hago, qué le doy?". El veterinario no tenía NI IDEA de lo que le pasaba a mi Robin. Me sentí desesperada. No estábamos en Madrid sino en un maldito pueblo a 30 kilómetros de la capital, yo no tenía coche, no me sobraba el dinero, no quería correr el riesgo de llevar a Robin en el autobús, dos horas ida y vuelta, el veterinario, todo ese estrés, quizá empeorase... ¡Y había días tan buenos! Días en los que parecía estar casi bien, tumbado en su butaca, sobre el cojín blanco, rodeado por Anthony, Lis y Marc, o envuelto en una mantita, en nuestros brazos, viendo la tele, dormitando, y después iba él solito a comer sus 'croquetas' gatunas, a beber agua, a usar su arenero, se aseaba como podía... y saltaba otra vez encima de mis rodillas, ronroneando, y me miraba tratando de tranquilizarme: "¿Ves? Estoy mucho mejor. Me voy a poner bien, ya lo verás".

Pero no, mi Robin no se ponía bien. Sus ojos estaban secos, las pupilas dilatadas, incapaces de responder al estímulo de la luz, la nube del ojo se extendía, nublando su visión... Tenía la boca seca, le rechinaban los dientes al comer, adelgazaba... pesaba sólo quilo y medio... Algunas veces notaba que se tambaleaba al andar, como si sus patas traseras sufriesen algún tipo de disfunción o temblor, sólo algunas veces, no siempre, y después se recuperaba y volvía a caminar normalmente. Como nadie parecía poder ayudarle, investigué por mi cuenta; probé con Dacortín: un pequeño milagro ¡con los corticoides mejoraba! Alguna vez le sorprendí comiendo las piedras de sepiolita del arenero, y le regañaba, pobrecito mío, le regañaba porque quería evitar que aquello le hiciera daño. Y él agachaba su cabecita enferma y se acurrucaba aún más a mi lado, sabiendo como siempre mucho más que yo, pero tratando de aliviar mi sufrimiento, aunque eso supusiera prolongar el suyo.

Hace poco ví un episodio de la serie HOUSE donde una niña de 10 años enferma de cáncer terminal insiste en prolongar su vida, se somete a todo tipo de operaciones, lucha sin derramar una lágrima, sorprende a todos... y al final confiesa a House que no es que sea incapaz de sentir tristeza, no es su enfermedad la que la ha trastornado hasta insensibilizarla, como el médico sospechaba, sino que todo lo hace para que su madre pueda estar más tiempo a su lado, que sabe que su mamá la quiere tanto, y ella la quiere tanto también a ella, que no importa nada salvo poder pasar el mayor tiempo posible juntas. Porque ¿quién sabe la medida real del tiempo? El tiempo que pasamos junto a aquellos que nos aman, y amamos, es lo único realmente eterno que nos queda. O quizá incluso es el único tiempo que realmente existe. Así, Robin y yo nos aferrábamos el uno al otro, luchando día a día por hacerlo eterno en nuestro amor...

Probé con otro veterinario, esta vez aún fue peor. Le tuve casi tres horas en mis brazos mientras le ponían suero y vitaminas, le echaron gotas rojas en los ojos y después todo se puso verde, y resbaló hasta su nariz: no había obstrucciones, ya se lo había dicho, ni catarro. Robin tenía mucho miedo, temblaba. Dijeron que le iban a poner un estimulante del apetito: Valium. Yo sabía que podía funcionar en casos extremos... pero a Robin el Valium le sumió en un estado de narcolepsia profunda. Me dijeron que le alimentase a la fuerza, con Hill´s a/d diluído en agua mediante jeringa, que le diese una bebida isotónica también con jeringuilla, forzándole, porque estaba deshidratado. Pero Robin pasó casi cinco días hundido en sus sueños. Su orina era amarilla. Yo le alimentaba forzándole, y a causa de sus problemas para deglutir, se le presentó una neumonía por aspiración. Corriendo de nuevo al vet, el gatito se asfixiaba, hacía mucho frío en la calle, pensé que se me iba ya... Dijeron que no valía la pena, que le durmiera, me hablaban sólo de necropsias. Yo no les escuchaba. ¿Por qué me hablaban de muerte cuando yo acudía a ellos buscando darle una oportunidad a la vida? Y repasaba mentalmente todo lo que podía saber de veterinaria felina, miraba la vitrina repleta de medicamentos con ansiedad, pensando, pensando, con Robin en mis brazos respirando fatigosamente... Les pedí que le inyectasen un antibiótico, casi se burlaron de mí, pero accedieron. Y volví a casa con otra lata de a/d, dispuesta a seguir luchando, porque Robin no quería morir, y yo tampoco quería que muriese.

 

Milagrosamente, superó la neumonía y despertó de aquel letargo causado por el Valium, volvió a ponerse en pie, aunque le costaba mucho caminar, apenas tenía fuerzas. Había perdido el control de esfínteres, se hacía pis encima el pobrecito, ese pis tan amarillo que al principio pensé que era el color del suero que le habían inyectado, pero siempre era amarillo. Robin se dejaba lavar y le cambiábamos las mantitas a diario. No volvió a comer él sólo, yo le hidrataba y le alimentaba con jeringa tres o cuatro veces cada día, y él chillaba al tragar, se negaba... Durante dos semanas, todo parecía estabilizado, Robin no empeoraba y seguía comiendo, aunque fuese a la fuerza, el peso se mantenía en 1,400. Cuando le ponía en el suelo, sus patas traseras ya no temblaban ni parecía tener convulsiones. Pensé que habíamos pasado lo peor, que ya sólo podía mejorar, recobrar las fuerzas poco a poco.

Un día, al darle de comer,  me mordió, rabioso, fuera de sí. Me acordé de Berenice, mi pulgarilla que nació con el pecho plano: también me había mordido un día, negándose a comer... y al recordar ese día sentí un escalofrío, porque fue el día antes de su muerte. Y también era febrero. Y también, la noche antes, había visto Mar adentro, de Alejandro Amenábar.

Sí, era un soleado domingo, el primero de febrero. Robin parecía muy tranquilo, aunque podía percibir un ligero temblor en su cabecita, un temblor que iba haciéndose cada vez más intenso. Me miraba con serenidad, pero noté algo extraño en sus ojos: estaban hundidos, tan secos... Le puse sus gotas, se quejó. Sus ojos estaban muy hundidos, ya no miraban las cosas como antes. Como en el 'Romance sonámbulo', las cosas le estaban mirando, pero él no podía mirarlas. No estaba ciego, pero no podía ver. Le apreté contra mi pecho. A mediodía, aunque el sol seguía golpeando en los cristales del salón, Robin seguía temblando. No me daba cuenta de que eran convulsiones. Pero aunque lo hubiera comprendido, tampoco tenía Diazepan, no tenía nada para ayudarle. Le arropé bien con su mantita amarilla de cuadros. ¡Qué pálidas estaban sus orejitas y su naricilla diminuta, siempre tan blanco! Quería que estuviese caliente, bien tapadito, protegido de todo mal.

Recuerdo que estaba escribiendo algo en el ordenador, cuando de pronto sentí un chillido y vi a Robin salir despedido desde el sofá al suelo, como si un rayo le hubiera golpeado, empujado por una fuerza desconocida o una descarga eléctrica. Corrí a su lado. Nunca olvidaré su mirada: en un instante había comprendido lo que le estaba ocurriendo, sabía que se moría, que era el final, y me miró implorando ayuda una vez más, desesperado, se aferraba a mi brazo con sus garritas rígidas, abrió su boca, la mandíbula afilada como la de un pez... y sus pupilas de pronto se dilataron en un fundido en negro, como si la muerte hubiera extendido su velo de azabache dentro de sus ojos, cubriéndolos de sombras eternamente. Y ya sólo recuerdo que le abracé, envuelto en su mantita, y que casi pude ver su espíritu agitándose entre mis brazos como una invisible paloma, alzándose muy arriba, perdiéndose más allá de todos nosotros.

 


Robin, poco antes de irse de nuestro lado...
 

 

Querido Robin, gracias por ser ese espíritu que desde arriba vela por nosotros, gracias por todo lo  bueno que nos ha ocurrido en estos últimos meses... Te siento a mi lado cada día, aunque sepa que no estás conmigo como antes, pero estás, estás y de algún modo existes: porque tu energía mágica no ha podido destruírse una vez creada, sólo se ha transformado en una poderosa fuerza de AMOR

Robin, eternamente Robin

 

Robin de Miraval
10 junio 2005- 5 febrero 2006